lunes, 27 de junio de 2016

Querida amiga:

Tantos momentos han quedado reducidos al día de hoy, son polvo, polvo que poco a poco se va yendo con cada invierno. Han sido muchos buenos momentos, tardes de risa pura, hasta llegar al llanto sujetándonos el estómago de tanto dolor. Han sido muchas noches mirando las estrellas invisibles del techo de nuestras habitaciones, contándonos todo y más, diciendo todo eso que no podemos decir en alto a nadie más, asegurándonos más tarde de que el baúl de los secretos está más que cerrado. Creo que ambas hemos podido superar ciertas cosas con el alivio que supone poder convertir ciertos pensamientos molestos en palabras, creo que ambas nos hemos ido más felices a la cama después de pasar un día entero juntas. 
Lo recuerdo todo, lo recuerdo todo con una claridad sorprendente. Recuerdo la ropa que llevábamos puesta un día cualquiera de cine, yo un vestido negro y un pañuelo azul, tú una sudadera verde y unos vaqueros. Sé por qué recuerdo esto, creo que porque por aquel entonces pensaba que eras mi alma gemela y no podía perder detalle de nuestro tiempo juntas, que no habría recuerdos más bonitos para recurrir en mi vejez, sentada en una silla más vieja que yo, que esos días juntos. Tardes llenas de juventud, bailes y música, lágrimas que dejaban paso a un sentimiento deslumbrante de alivio. Esos sueños compartidos que aunque cambiarían mucho con el paso de los años, cuando lo contábamos en alto parecía que había una pequeña posibilidad de que se cumplieran. Tengo que reconocerlo, por cursi que suene, hacías que pensase que algún día se cumplirían mis sueños. ¿Sabes por qué? Por un montón de motivos. Pero hay uno que sobrepasa todos. El mayor motivo es sencillo, quizás incluso demasiado, pero real. Pensaba que después de un día duro, horrible, de esos en los que quieres cancelar tu vida, poner una suplente dispuesta a soportar los golpes de la vida, después de haberlo intentado todo para que las cosas no se torciesen tanto, me sentaría en el sofá de mi casa, quizás una casa solitaria, o cuando mis hijos estuvieran profundamente dormidos, cogería el teléfono y te llamaría, en mi mente no importaba si vivías en la casa de al lado y podías ponerte en veinte pasos en mi salón, o estabas viviendo en el mismo Polo Norte, la sensación de que todo iba a salir era la misma, tu voz lo decía sin decir nada, ese ''te entiendo'', ese ''necesitas descansar'', o ''quizás deberías de hablar con él'', no sé, cualquier frase simple, haría que me fuese a dormir con el corazón un poco más tranquilo, como si nada hubiese pasado.
Y te quiero ser sincera, quizás tan sincera que duela, pero lo haré, porque sino esto no tendría ningún sentido ¿no? No sé por dónde empezar. Nuestra amistad empezó siendo una de las cosas más maravillosas que jamás me habían pasado, y hoy día parece solamente una cosa más. Y me niego, claro que lo hago, pero lo hago ahora, a las seis de la mañana después de una noche de darle vueltas a la cabeza. En cambio sé que mañana fingiré que todo me da igual, solo para no esforzarme en recuperar algo que a veces pienso, solo me importa a mí. Y es que he cambiado, claro que lo he hecho, quiero pensar que para bien. Pero eso me ha puesto triste, ¿sabes por qué? Porque cuando han pasado estos meses en el que cada día me importaba todo cada vez menos me he dado cuenta de una horrible realidad, estaba haciéndome mayor de verdad. Y ya no era solo por la falta de miedo a la oscuridad,  a los viajes sola, a preguntar cosas a desconocidos, y todas esas cosas que nos aterran de niños. No, no era solo eso, era una realidad mucho más horrible y desoladora, la realidad de que había perdido las ganas de luchar por las personas que me importaban. De no querer tener gestos bonitos con la gente que no los tiene conmigo. La fuerza suficiente para luchar por causas perdidas. Por eso, en un gesto de lucidez que puede que mañana desaparezca con el sol, he escrito esto, en un intento de volver a plasmar aquella niña que aún tenía fe, que sabía perdonar. Mañana por la mañana estoy segura de que volveré a ser igual que este último año, pero estas palabras nunca se borrarán, y puede, y solo puede que un acto de poca lucidez, te entregue esto.
¿Sabes qué? (aunque creo que tú lo sabes de sobra y te enteraste hace mucho más tiempo que yo, por eso siento que hay cierta frialdad que te recubre desde hace meses, puede que años), que no te importen los sentimientos de los demás es muy fácil, mucho más, lo simplifica todo demasiado, el que no te importe luchar por causas perdidas, o volver a mirar a unos ojos que no te miran desde hace tiempo, no hacer nada de esto es sencillo. Es fácil acostarse por la noche pensando solo en tu ombligo. ¿Son muchas menos heridas que curar, no es así? Creo que cuando nos damos cuenta de esto nos morimos un poco por dentro, y el mundo muere un poco con nosotros. Creo que así nos ahorramos muchas hostias. Pero ¿sabes cual es la horrible realidad que nadie ve? Que cuando te acuestas por la noche estás solo, completamente solo. Que esos amigos a los que no cuidas desde hace tiempo empezaron a estar contigo solo por costumbre, incluso por tener a alguien con quien salir un sábado noche. Y estás muriéndote un poco por dentro, y tú no te das cuenta, ese es el efecto de este hechizo, que te olvidas. Te olvidas del sabor a sangre de la traición y te alegras, tanto que ese sentimiento ensombrece la otra realidad, la realidad de que eres un perfecto desconocido para tus seres queridos.
No sé por qué sé esto, ni siquiera sé si hay más gente que piensa así, pero yo lo hago, y me alegro de ello, de verdad que sí. ¿Sabes por qué? Porque yo al menos tengo la lucidez de saber que estoy sola. Es mucho más triste la otra realidad de esas personas que observan su ombligo cada día, sin darse cuenta de que las sombras de las personas desaparecieron hace tiempo. Porque están aún más solos y no lo saben, y esa tristeza te come el subconsciente hasta que un día te levantas tan triste que no ves posibilidad de recomposición, y ¿sabes la peor parte? Que no sabes por qué, no tienes la menor idea de qué pasa dentro de tu pecho ni la razón de esa horrible presión. Yo al menos puedo ponerle solución, quizás como estoy haciendo ahora con esta carta. Yo al menos me doy cuenta de la mierda que me rodea y puedo decidir si quiero ponerle fin. Y si no lo hago, si dejo que todo esto crezca cómo he hecho los últimos meses habrá sido por elección propia.

Y ahora, después de esto, quiero decirte algo. Y la cosa es que estoy triste, porque todo se ha quedado atrás, creo que para recoger todo lo que hemos perdido deberíamos de dar la vuelta, y es un camino lejano, que solo podemos recorrer juntas. Y creo que una de nosotras no está tan dispuesta como la otra, y eso me pone profundamente triste. Y creo que ahora diré la peor frase que puedo decirte, lo más duro que se le puede decir a una persona (aunque la gente no lo crea), la realidad, es que creo que no te conozco, hoy, en esta noche de verano, no te conozco. Ahora no puedo imaginarnos contándonos secretos ni secándonos lágrimas. Solo puedo imaginarte con personas que nunca, jamás, te valorarán como yo lo hice. ¿Sabes algo? Creo que tú puedes perder mucho más que yo. Porque el simple hecho de estar haciendo esto, de que ya sean las siete de la mañana y yo siga escribiendo esto con prácticamente lágrimas en los ojos dice mucho de mi persona, y no dice nada malo. ¿Sabes que es lo peor de todo? Lo peor realmente es que aunque tú estés perdiendo mucho más, a mí me sigue doliendo aún más que a ti.



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